Inquisición 2.0 criminaliza a los colectivos para asesinar a Chávez

Cuando los emperadores romanos se convirtieron al cristianismo, lo hicieron obligando a los demás a creer en el mismo Dios.
Seis siglos más tarde cualquier persona que recibiera la admiración del pueblo, por curar o por amar, era acusado de herejía y sometido a los juicios de las instituciones de la santa inquisición,que en nombre de lo más sagrado, en nombre de lo espiritual, decidían sobre el derecho a la vida o no de los demás.
Cuando la humanidad sospecha que esas formas criminales de dominación han sido superadas, asaltan expresiones similares a la realidad.
A bordo de La Niña, La Pinta y la Santa María llegó la inquisición.
La visión europea deshumanizó a nuestros ancestros, asegurando que los indios no tenían alma, creían en otros dioses, no tenía ética, eran herejes. Ellos, llegaron, pues, a «salvarnos» a sangre y fuego. A convertirnos a su cristianismo borrando con muertes nuestras estructuras de organización políticas, sociales, económicas, religiosas y culturales: léase, nuestra soberanía, nuestra Independencia. Nosotros, los brutos, los inferiores, los marginales, los esclavos, es decir, «los herejes», fuimos exterminados en el genocidio mas grande y prolongado que se conozca en la historia humana en nombre del derecho europeo de conquistar territorios de nadie (las propiedades de las comunidades indígenas fueron desconocidas), en nombre de Dios y en nombre de la corona.
En esa cuota, mis ancestros directos, fueron los caquetíos que habitaban la zona occidental del país (Falcón, Lara, Yaracuy y Apure) y las islas cercanas de las Antillas (ahora) holandesas.
En mi tribu, Manaure no era un apellido que se perpetuaba por nacer del aporte de un espermatozoide, era una condición: poder hablar con los dioses. El último los Manaures, Diao, un día se fue a hablar de paz con los españoles. Antes de partir, advirtió a su hija, Judibana, que si no ocurría su regreso, lo buscara en el lugar donde el sol se pone (el horizonte). No volvió. Judibana murió, en manos españolas, arrastrada por las rocas.
Esa es nuestra historia: un pueblo que lucha por su soberanía, por su derecho a la identidad, por su derecho a existir. Dice Galeano:
«Al cabo de cinco siglos de negocio de toda la cristiandad, ha sido aniquilada una tercera parte de las selvas americanas, está yerma mucha tierra que fue fértil y más de la mitad de la población come salteado. Los indios, víctimas del más gigantesco despojo de la historia universal, siguen sufriendo la usurpación de los últimos restos de sus tierras y siguen condenados a la negación de su identidad diferente. Se les sigue prohibiendo vivir a su modo y manera, se les sigue negando el derecho de ser.
Al principio, el saqueo y el otrocidio fueron ejecutados en nombre del Dios de los cielos. Ahora se cumplen en nombre del dios del Progreso. Sin embargo, en esa identidad prohibida y despreciada fulguran todavía algunas claves de otra América posible.
América, ciega de racismo, no las ve.»
Que el dios en el que no creo me libre de la pureza. También soy descendiente de un español que llegó a estas tierras cuando era un niñito que sufrió los horrores de la guerra: la cacería de Franco contra los Republicanos que fueron ejecutados por comunistas y alfabetizadores. La República fue exterminada porque incrementó sensiblemente las tasas de escolarización, y el número de profesores para garantizar una mejor calidad.
La República prohibió a los propietarios de tierras que expulsaran a campesinos arrendatarios. Estableció la jornada de ocho horas. Exigió a los terratenientes el cultivo de las tierras, impidiendo que quedaran baldías. Expropió latifundios para entregar tierras a los campesinos y les concedió créditos para la producción agrícola. Así, o más Chavista?
No recibí una educación «progre» de granola y cultivos orgánicos como frenéticamente buscamos las mamás de hoy, pero si, por imitar a amigos y familiares pedía la bendición, me respondían: «Dios te bendiga y Bolívar y Lenín te guíen». Mi sensibilidad me adjudica familiaridad con los perseguidos por el fascismo, los perseguidos por el marcartismo, por los «orgullosos de estar entre el proletariado.»
Ahora, a los míos, les vuelven a «cazar». Una cacería 2.0, tecnosexual, aberrada, que intenta identificar a todo chavista como una amenaza que hay que exterminar. En las redes sociales hemos visto proliferar cientos de mensajes que criminalizan la organización popular y la unión cívico-militar.
Se pretende mellar una proeza histórica de Chávez: la cohesión social en una identidad política, cultural, estética y filosófica. Este imaginario se consagra en el sentimiento «yo soy Chávez» y ser Chávez es ser un pueblo, es ser COLECTIVO, es vivir en «nosotros». Ser Chávez implica, pues, una nueva conciencia empática en la que la libertad individual es lograda en el bienestar comunal, en la construcción de la Patria, en la democratización al acceso a los derechos. La única manera de matar a Chávez, de llevarlo al sepulcro, es debilitando el colectivo, estigmatizandolo, criminalizándolo, y generando una inquisición política, moral y hasta física de quienes lo conforman. La inquisición (siempre primitiva) quiere quemarnos en sus hogueras, quiere deshumanizarnos como a nuestros ancestros, quiere fusilarnos como lo hicieron los esbirros de Franco a García Lorca. Por Chávez, por su vida, por su legado, es imprescindible vencer.
“Tú también eres Chávez mujer venezolana, tú también eres Chávez joven venezolano, tú también eres Chávez niño venezolano, tú también eres Chávez soldado venezolano, tú también eres Chávez pescador, agricultor, campesino, comerciante, Chávez en verdad es un COLECTIVO, por eso es que háganme lo que me hagan, pase lo que me pase a mí que soy un simple ser humano no podrán con Chávez nunca, Jamás porque Chávez no soy yo, Chávez es un pueblo invicto, invencible”

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